Este año se cumple el sexagésimo aniversario la proclamación en Viena de los siete Principios Fundamentales del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja: humanidad, imparcialidad, neutralidad, independencia, voluntariado, unidad y universalidad. Ya en 1965, cuando fueron formulados, estos principios no entrañaban ideales abstractos: eran el resultado concreto de más de cien años de acción humanitaria. En el curso del tiempo, permitieron aportar socorro a través de los frentes de combate, reunir a familiares separados y vislumbrar esperanzas en lugares donde reinaba la desesperación. Sin embargo, en el día de hoy, estos principios deben aplicarse en un mundo sometido a tensiones excepcionales: los conflictos se prolongan durante años, los trabajadores humanitarios son atacados en proporción nunca vista, las crisis previas se agravan por los cimbronazos climáticos, la digitalización transforma el campo de batalla y la politización erosiona el espacio precario adonde puede llegar la asistencia para ayudar a quienes más la necesitan. Las consecuencias humanitarias de la guerra siguen siendo devastadoras y los Principios que guiaron al Movimiento desde 1965 sufren una presión cada vez mayor.
En este artículo, el director general del CICR, Pierre Krähenbühl, reflexiona sobre la pertinencia e importancia incesantes de los Principios Fundamentales en un mundo que cambia velozmente. No son ideales autónomos para admirar desde lejos, sino compromisos vitales que debemos ejercer y defender. Inspirado en sus tres decenios de trabajo humanitario, Pierre sostiene que estos Principios no se desmoronan ante un peligroso acostumbramiento a la guerra, que permiten socorrer a las personas con necesidades y que nos infunden el coraje necesario para que la indignación se transforme en acciones que salvan vidas. Cumplidos los sesenta años desde la proclamación de los Principios Fundamentales, su vigor perdurará únicamente si decidimos vivirlos plenamente y, al hacerlo, mantener viva a la humanidad en los tiempos más oscuros.
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De algún modo, todos estamos vinculados con la guerra.
Para algunos de nosotros, la historia familiar misma está definida por la guerra. Otros nunca se vieron en la infancia lejos del ensordecedor ruido de los disparos. Y muchos otros aún conocimos la guerra por relatos, películas, libros y lecciones de historia que nos revelaron de qué modo las batallas y los tratados de paz conformaban nuestras respectivas culturas y civilizaciones. Incluso los que jamás la han experimentado directamente saben, si lo piensan con cuidado, en qué medida el “efecto mariposa” de la guerra ha afectado su propia vida.
En los comienzos de mi carrera humanitaria, a principios de la década de 1990, la sensación general era que el mundo había pasado el peor momento. El muro de Berlín había caído, el apartheid llegaba a su fin en Sudáfrica y una vaharada de expectativas impregnaba el aire. Eran esperanzas entreveradas de fragilidad. Mis primeras misiones en El Salvador, Perú, Afganistán y Bosnia-Herzegovina me enseñaron que, incluso en tiempos propicios, algo de la guerra subsiste, deja marcas indelebles y distorsiona la vida de la población.
En aquel momento, los Principios Fundamentales[1] ya tenían treinta años. Como muchos otros jóvenes delegados del CICR no los incorporé como ideales abstractos, sino como directrices de mi práctica cotidiana. Los principios de humanidad e imparcialidad guiaban mis acciones. Los de neutralidad e independencia me brindaban herramientas para transformar esas actividades en realidades: llevar adelante negociaciones cruzando las líneas del frente, visitar prisioneros, llegar a comunidades que, de lo contrario, habrían tenido que afrontar la devastación en soledad.
Los Principios Fundamentales nunca fueron para mí una teoría. Fueron –y son todavía– un acicate para actuar, y también una tabla de salvación.
Un mundo diferente y más tensionado
Este mes se cumplen sesenta años desde que los Principios Fundamentales fueron proclamados en Viena en 1965. El mundo siguió cambiando, así como muchas de las características de la guerra.
Los conflictos armados se prolongan todavía durante años sin resolución, a veces durante decenios. Todavía se ataca la población civil con plena intención o se desestiman con displicencia las secuelas de algunos ataques tildándolas de “daños colaterales”. Los conflictos armados de hoy en día se caracterizan por el uso cada vez más extendido de tecnologías novedosas, como las armas autónomas, las ciberoperaciones y la “guerra de la información”, que amenazan borrar los límites legales y aumentan el peligro para la población civil. Por otro lado, una retórica deshumanizante menoscaba el respeto por las normas más elementales de protección consagradas en el derecho internacional humanitario (DIH). Con excesiva frecuencia, las interpretaciones permisivas del DIH no se emplean para proteger a las personas civiles, sino para justificar los abusos que se les infligen.
Además, la digitalización creciente de la sociedad entraña una amenaza grave para la acción humanitaria basada en principios y ejerce sobre ella presiones de nuevo cuño. Se manipula la asistencia y se la reformula como una rama de los programas militares o geopolíticos, con consecuencias mortíferas para la población civil. La “información dañina” se propaga con mayor velocidad que los hechos verídicos y así se siembra desconfianza y se obstaculiza la posibilidad de llegar a quienes necesitan ayuda. El año pasado fue el más funesto del que se tenga registro para los trabajadores humanitarios y este 2025 sigue esa misma tendencia.
Lo que no cambió
No obstante, en lo más esencial, la guerra no cambió. Primero y principal: lo más esencial no es la geopolítica, ni la estrategia, ni el armamento.
Lo más esencial tiene que ver con tu aldea, con el enemigo que se te acerca o con los drones que planean en el cielo nocturno sobre tu casa. Tiene que ver contigo y con tu familia cuando huyen y cruzan una frontera en la oscuridad. Tiene que ver con un ser querido que desapareció y con alguna llamada telefónica que nunca llega. Tiene que ver con el pánico que te trastorna cuando te llevan con los ojos vendados por los corredores de una prisión.
A lo largo de milenios, lo único que no cambió de la guerra es el sufrimiento humano que causa. Y ese, precisamente, es el aspecto que a menudo damos por sentado o no queremos ver.
Ya sea en la República Democrática del Congo, en Myanmar, en Sudán o en Ucrania, las guerras matan, hieren, desplazan personas, torturan, humillan y dejan traumas. Y todas las personas que las sufren merecen la misma consideración. Cuando pienso hoy en los colegas que están en Gaza –cirujanos que operan sin dormir, empleados que corren grandes riesgos para llegar a quienes necesitan ayuda, voluntarios que rescatan sobrevivientes y localizan restos bajo los escombros, personal de enfermería que consuela a niños cuyos padres no volverán– me sobrecoge el peso insoportable que los agobia. Si el mundo está dispuesto a tolerar lo que está sucediendo allí, nuestra humanidad colectiva está en riesgo.
De la indignación a la acción
La indignación que muchos sentimos ante esta situación del mundo no solo es natural: es necesaria. Es la respuesta humana ante el sufrimiento y la injusticia. Pero ella sola no basta.
El fundador del CICR, Henry Dunant, transformó en acción su indignación ante los efectos de la batalla de Solferino. Creó entonces una institución y un movimiento que alivió el sufrimiento de muchas personas durante más de ciento sesenta años. Hoy en día, mis colegas de todo el Movimiento –desde Afganistán hasta Yemen, desde Colombia hasta Somalia– transforman su indignación en acciones cotidianas. Otro tanto hacen los artistas, activistas y ciudadanos comunes que se niegan a aceptar un mundo desgarrado por las divisiones y la desesperación.
La indignación debe traducirse en respuestas constructivas y valientes. Para el personal humanitario del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, los Principios Fundamentales son la base de su valentía. Son nuestra brújula. Nos ayudan a mantener los pies en la tierra sin distraer esfuerzos cuando el mundo entero se torna abrumador e inquietante.
En estos tiempos de crisis profunda, es crucial defender esos principios, vivirlos y rehusarnos a su desmoronamiento.
Importancia de nuestros Principios Fundamentales en los conflictos armados del presente
Los Principios Fundamentales no son ideales sublimes para contemplar desde lejos. Son la condición misma de las acciones que lleva a cabo este Movimiento para salvar vidas y, a su vez, esas acciones son la única manera de defenderlos.
El principio de humanidad proclama que ninguna vida vale menos que otra: nos exige una respuesta dondequiera hay sufrimiento y nos convoca a actuar de manera contundente para salvaguardar la dignidad humana. El principio de imparcialidad garantiza que el socorro llegue a las personas que más lo necesitan, sin distinción de quiénes son ni de dónde provienen. La neutralidad nos permite conservar las puertas abiertas y mantener el diálogo, de modo que la protección y la asistencia puedan atravesar los frentes de batalla. La independencia del Movimiento resguarda la confianza que inspira y garantiza a las distintas comunidades involucradas que su accionar responde solamente a necesidades y no a proyectos políticos. Sin estos principios, nos habría sido imposible reunir familias separadas por los conflictos armados de Sudán del Sur, tampoco habríamos podido evacuar heridos de las ciudades sitiadas de Siria ni visitar a detenidos en Afganistán para asegurarles un trato digno.
La neutralidad, en particular, suele malinterpretarse como desapego o pasividad, cuando, de hecho, es una de las herramientas más eficaces que tiene el CICR para actuar. La semana pasada, en Israel y los territorios ocupados, fue la neutralidad –construida con firmeza y sostenida a lo largo de años de compromiso– lo que permitió al CICR a oficiar de intermediario de confianza entre las partes, para facilitar la transferencia y el retorno de rehenes, detenidos y restos de personas fallecidas. Las operaciones de este tipo están atravesadas por muchísimo sufrimiento y polarización. Son posibles únicamente gracias a que el CICR es percibido no como un actor político, sino como un actor humanitario. La neutralidad no implica silencio, sino presencia, persistencia y un enfoque decidido en las personas que se encuentran atrapadas entre fuerzas que exceden a su control. En un mundo cada vez más polarizado, la neutralidad es lo que permite actuar al CICR.
Los demás principios completan el cuadro y le dan espesor. Por ejemplo, las actividades de los voluntarios de las Sociedades Nacionales, junto con la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja (FICR), aportaron ayuda a poblaciones aisladas por los terremotos en Myanmar. El principio de unidad permitió que una Sociedad Nacional prestara asistencia a todos los habitantes, sin distinción de divisiones, en un país tan polarizado como Somalia. Asimismo, el principio de universalidad mantiene unido el Movimiento a tal punto que, cuando el ciclón Idai azotó Mozambique, acudieron en su ayuda voluntarios de toda África y de otros continentes.
Los principios como espejo, no como escudo
Los siete Principios constituyen el armazón del espacio humanitario, ese espacio frágil pero vital dentro del cual opera el Movimiento, incluso en los contextos mundiales más complejos. Sesenta años después de su proclamación, su valor no ha decrecido; por el contrario, se ha profundizado. No cambió su esencia ni su importancia, sino la manera de expresarlos. Aplicados con coraje y atención a los matices, los Principios fueron evolucionando con el tiempo: son la estrella que guía la acción humanitaria en un mundo en perpetuo movimiento.
No obstante, aunque esos principios continúan guiándonos, el sector humanitario afronta hoy críticas crecientes. Se lo acusa de ineficiencia, de ser demasiado lento, de tener las raíces demasiado enredadas en la dinámica del poder neocolonial. Admitir estas críticas sin rehuir la autorreflexión no es un indicio de debilidad; es un imperativo moral. Pues las mismas corrientes de desigualdad y desequilibrio histórico que atan a las comunidades del mundo entero también obraron a veces en nuestras instituciones. Los Principios Fundamentales nos ayudan a encarar estas verdades incómodas. Nos convocan a actuar con las comunidades y no para ellas, a fin de garantizar que todas las voces sean escuchadas. Con su guía, nuestra manera de obrar evolucionará continuamente con el fin de afianzar la colaboración genuina, en especial con los actores locales. Por encima de todo, los Principios propenden a que no veamos el DIH como una abstracción, sino como un bien que ampara nuestra humanidad común.
Así, la aplicación de los Principios nos permite construir un ámbito humanitario y una respuesta más fuertes, acordes en su evolución con los cambios producidos en el mundo. De este modo, colaboramos en el avance hacia un futuro más equitativo y consolidamos la posibilidad de concretar plenamente el mandato de mitigar el sufrimiento humano en los conflictos armados.
Apelamos a los Estados
El compromiso del personal humanitario no es suficiente para que este endeble espacio humanitario perdure; los Estados también tienen una responsabilidad crítica. En 2024, el cuerpo deliberativo más alto de nuestro Movimiento, su Consejo de Delegados, hizo un llamado explícito a los Gobiernos para que respetaran la observancia de los Principios Fundamentales por parte del Movimiento. Estas resoluciones no son simbólicas: nos orientan respecto de la voluntad política necesaria para que el principio de humanidad prevalezca en las guerras.
Respetar los Principios significa varias cosas: asegurar que las sanciones y las medidas de lucha contra el terrorismo incluyan excepciones humanitarias para que la población civil reciba alimentos, medicamentos y refugio; robustecer en el derecho interno las disposiciones necesarias para proteger la independencia y el papel de las Sociedades Nacionales como auxiliares de los poderes públicos; evitar los condicionamientos políticos de la financiación y oponerse activamente a la información dañina que pone en peligro a los trabajadores humanitarios y a la población. Cuando esa voluntad política no existe, incluso los principios más fuertes se desmoronan. Cuando sí existe, la asistencia humanitaria tiene probabilidades de subsistir y de llegar a quienes más la necesitan.
Debemos vivir los principios, no darlos por sentados
En el curso de mi carrera, pude comprobar que miles de veces los Principios aportan protección y alivio. Contribuyen a impedir el acostumbramiento a la guerra porque hacen hincapié en la vocación humanitaria y combaten la idea peligrosa de que los conflictos armados son inevitables o no admiten límites. Los Principios también generan confianza y facilitan el acceso de la ayuda a quienes la necesitan porque nos permiten cruzar las líneas de los frentes y acercarnos a personas que, de otro modo, quedarían aisladas.
Pero, como sucede con la empatía, la verdad o la compasión, no podemos dar por sentados los Principios Fundamentales. Debemos ejercerlos, practicarlos y defenderlos. Debemos grabarlos en la memoria colectiva del Movimiento de la Cruz Roja y la Media Luna Roja.
Los Principios no bastan a menos que los vivamos.
Hace sesenta años, nuestro Movimiento puso en palabras lo que desde el sector humanitario se venía practicando durante un siglo. Hoy en día, nos toca seguir insuflando aliento a esas palabras. Tendremos que hacerlo en un mundo de conflictos armados cada vez más intensos, con una geopolítica cambiante y preguntas acuciantes sobre la estabilidad y la ecuanimidad del orden internacional. El propio sector humanitario experimenta en la actualidad cambios profundos y rápidos, contra un telón de fondo de crisis financiera que obliga a tomar decisiones de peso a una velocidad casi imprudente.
Si no respondemos ante esta situación –si nos aferramos a jerarquías y narrativas antiguas o permitimos que la distancia o la burocracia nos resten eficacia– corremos el riesgo de perder legitimidad e impacto. En cambio, si evolucionamos con honestidad y coraje, si aceptamos otros modos de trabajar nuevos y más imparciales, podremos trazar un camino nuevo para la acción humanitaria, fundamentado en objetivos comunes y en el respeto mutuo. El rol de los Principios Fundamentales será el de siempre: orientarnos en medio del caos y la incertidumbre y recordarnos que en la guerra, como en la paz, el principio de humanidad es nuestra única guía.
[1] El Movimiento Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja tiene como guía siete Principios Fundamentales (humanidad, imparcialidad, neutralidad, independencia, voluntariado, unidad y universalidad). En el discurso humanitario más amplio, se habla por lo común de los ‘principios humanitarios’ para referirse a solo cuatro de ellos: humanidad, imparcialidad, neutralidad e independencia, aunque su interpretación y aplicación varía según los diferentes actores involucrados. Para una exposición más exhaustiva, v. el artículo de Marina Sharpe “It’s all relative: The origins, legal character and normative content of the humanitarian principles”, International Review of the Red Cross, 925, abril de 2024.


