En esta publicación, que forma parte de nuestra nueva serie “Volvamos a los principios básicos: los principios humanitarios en los conflictos armados contemporáneos” y se publicó junto a Just Security, Fiona Terry, directora del Centro de Investigación y Experiencia en Actividades Operacionales (CORE) del CICR, explica cómo pasó de mirar con escepticismo la neutralidad a creer genuinamente en el propósito y la utilidad de mantener una postura neutral durante la guerra, a partir de experiencias que vivió directamente.

Más o menos una vez por década, el principio humanitario de neutralidad se pone en entredicho. Entiendo por qué sucede: yo misma lo critiqué hace dos décadas en un artículo académico en el marco de un debate en Médicos Sin Fronteras (MSF) acerca de si era necesario eliminar el principio de neutralidad del estatuto de MSF.

Yo sostuve que sí. Afirmé que era inmoral mantenerse neutral ante genocidios y crímenes de guerra, porque equivalía a no distinguir entre opresores y víctimas. Afirmé que la neutralidad ratifica la ley de la selva y mencioné el enojo de los bosnios musulmanes en la década de los noventa, que gritaban “no los necesitamos a ustedes, necesitamos armas para defendernos (…) su asistencia alimentaria y sus medicamentos solo nos permiten morir sanos”. Señalé la incompatibilidad entre los intentos de MSF por detener las atrocidades realizando denuncias públicas y el respeto por los requisitos de “abstenerse de polémicas de carácter político o ideológico” para mantener la neutralidad, y sostuve que la verdadera medida de la neutralidad era si la aceptaban o no las dos partes en conflicto, lo cual es muy difícil de asegurar. Por lo menos en este último aspecto, tenía razón: las percepciones de neutralidad realmente son muy difíciles de asegurar, más todavía ahora que las redes sociales ayudan a echar más leña al fuego —en muchos casos, a través de la desinformación— en un mundo cada vez más polarizado.

En otros aspectos, no tenía razón, como pude notar unos años más tarde, cuando trabajaba para el CICR en Myanmar y, más adelante, cuando realicé un estudio interno de dos años acerca de la práctica de la neutralidad del CICR en Sudán y Afganistán [1]. Me di cuenta de que había entendido mal la función de la neutralidad humanitaria, pese a que estaba definida claramente en el enunciado del principio. El CICR no toma partido en hostilidades ni participa en polémicas por un motivo: “para gozar de la confianza de todos”. No es una postura moral, sino operativa, cuyo propósito es facilitar el acceso a las personas en peligro a ambos lados de la línea del frente. Mostrándose imparcial al tratar con los adversarios, el CICR intenta ganarse su confianza y su aceptación para que le permitan operar de forma eficaz y segura en el territorio que controlan; evaluando constantemente cómo las palabras y las acciones podrían influir en la imagen de neutralidad, intenta evitar darles pretextos a las partes beligerantes para rechazar, paralizar u obstaculizar su trabajo. Nunca es sencillo. Muchas veces se le impide el acceso. Pero abandonar la neutralidad implicaría descartar la posibilidad de llevar a cabo actos de humanidad verdaderamente extraordinarios en medio de la inhumanidad de la guerra. El personal humanitario no puede detener la guerra; solo pueden hacerlo los dirigentes políticos. Pero sí podemos prevenir y aliviar algunas de sus consecuencias más terribles, y para eso necesitamos que todas las partes confíen en nosotros y nos respeten.

Así que, no, adoptar una postura neutral no equipara moralmente a perpetradores y víctimas, sino que abre caminos para ayudar a estas últimas, como ocurrió durante el genocidio en Ruanda. En aquel entonces, los equipos del CICR y MSF trabajaban juntos en un hospital improvisado en Kigali para tratar de salvar a los heridos. Todos los días, el director del equipo del CICR, Philippe Gaillard, salía con una ambulancia para ver si podía salvar a alguien más, pero tenía que atravesar controles impuestos por milicias asesinas para volver al hospital. En cada control, Philippe se bajaba de su vehículo y se sentaba a conversar con los asesinos para tratar de convencerlos de que lo dejaran pasar. A veces lo lograba. Disimulaba su espanto y su repulsión para ayudar a los que estaban en la ambulancia y conversaba amablemente con los asesinos. Algunos detractores piensan que basta con que a uno le otorguen el mandato de ayudar a las víctimas de la guerra para que esto suceda automáticamente, pero no es así. Cada intento de rescatar a esas víctimas exige el consentimiento de las autoridades que controlan el territorio. El personal humanitario debe ser persuasivo, tenaz, valiente y capaz de lidiar con los que “están a cargo”.

Es difícil mantenerse neutral, quizás más que tomar partido. Además, la mera posibilidad de ser aceptados como neutrales ya se ha puesto en entredicho, en particular desde los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos y la posterior “guerra contra el terrorismo”. Nuestros equipos en el terreno sintieron con fuerza la afirmación de Estados Unidos de que “o están de nuestro lado o están con los terroristas” mientras trataban de ayudar a los afganos a ambos lados de la línea del frente y visitaban a sospechosos de ser talibanes arrestados por las fuerzas de la Coalición y el Gobierno afgano para garantizar que recibieran un trato humano. La negación de un espacio neutral se sintió sobre todo cuando asesinaron a tiros a un ingeniero hidráulico del CICR en marzo de 2003, y más todavía unos meses después, cuando se perpetraron dos atentados contra el CICR en Bagdad. No obstante, después de analizar profundamente su postura, el CICR no cedió a las críticas ni dejó de intentar adoptar un papel neutral ante todas las partes. Perseveró en demostrar su preocupación humanitaria por todos los que quedan atrapados en conflictos armados y se ganó, si no el respeto, al menos la aceptación a regañadientes de que contar con un intermediario neutral en una guerra sirve para algo. La postura neutral del CICR beneficia a todas las partes en un conflicto, porque ayuda a que sea más fácil cruzar las líneas de frente para brindar asistencia humanitaria vital y organizar visitas a personas detenidas por ambas partes, registrarlas e informar cómo están a sus seres queridos. También le permite al CICR recuperar los cuerpos de los fallecidos para devolverlos a sus familias y que reciban un entierro digno, participar en la liberación o intercambio de prisioneros o rehenes y propiciar el debate sobre el respeto por el derecho y la normativa internacional acerca de cómo se combaten las guerras. Al contrario de lo que pensaba, la neutralidad no le impone el silencio al CICR; más bien, crea un espacio para hablar con los responsables directos de las violaciones del derecho internacional humanitario (DIH). El CICR mantiene ese diálogo a puertas cerradas, en discusiones bilaterales y confidenciales. Se presentan las acusaciones y se busca que los responsables den explicaciones; no hace falta tuitear una acción para realizarla. Además, a veces la discreción es una exigencia de las propias partes beligerantes, que quizás no desean que se sepa que acordaron respetar la ley. Nuestra confidencialidad no es complacencia y tampoco es incondicional, pero priorizamos reunirnos personalmente con quienes dan las órdenes y pedirles que rindan cuentas de sus actos directamente. El CICR utiliza la comunicación pública para apoyar su trabajo bilateral, concientizar sobre el DIH y explicar sus principios. A veces, sí denunciamos públicamente a las partes por su conducta durante la guerra, pero solo cuando ya se agotaron todas las posibilidades de convencerlas y cuando denunciarlas ayuda a las víctimas.

Los humanitarios enfrentan muchos dilemas en su intento por aliviar el sufrimiento de las personas atrapadas en conflictos armados y deben tomar decisiones difíciles para encontrar un equilibrio entre los posibles beneficios y los perjuicios de prestar ayuda. Adoptar una postura neutral no resuelve ninguno de esos dilemas, pero sí le aporta una coherencia lógica a todo lo que hace y dice el CICR. La coherencia es fundamental para ganarse la confianza de los demás: ¿Quién puede confiar en una organización que oscila entre una postura y otra según lo que piense la opinión pública? Neutralidad no es antónimo de “solidaridad”, sino una forma de hacer posible ese noble sentimiento. MSF se dio cuenta de esto hace veinte años y yo salí derrotada en ese debate: la neutralidad sigue formando parte del estatuto del MSF.

[1] Para la parte del estudio acerca de Afganistán, v. Fiona Terry, ‘The ICRC in Afghanistan: reasserting the neutrality of humanitarian action,’ International Review of the Red Cross, 93 (881): 173-188, 2001.

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