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De la “guerra total” a la “defensa total”: el origen de la participación civil en los conflictos armados

Acción humanitaria / Análisis / Conducción de hostilidades / DIH / Fomentar el respeto del DIH 19 mins read

De la “guerra total” a la “defensa total”: el origen de la participación civil en los conflictos armados

Cuando los Estados adoptan estrategias de “defensa total” que movilizan a poblaciones enteras en la preparación de un conflicto armado, la línea divisoria entre civiles y combatientes se difumina peligrosamente, situación que plantea cuestiones legales, éticas y humanitarias apremiantes con respecto a los riesgos que implican las acciones bélicas para las personas civiles.

En este artículo, Ruben Stewart, asesor del CICR sobre tecnologías bélicas, encuentra las raíces del concepto de “defensa total” en las guerras napoleónicas, cuando el reclutamiento obligatorio, las guerrillas de resistencia, los bloqueos económicos y la propaganda arrastraron a la población civil al seno de la maquinaria bélica. Mediante este enfoque histórico, el autor muestra que –entonces y ahora– involucrar a personas civiles en el esfuerzo de guerra puede exponerlas a daños diversos, complicar su condición jurídica de personas protegidas e incrementar la carga que pesa sobre los Estados de salvaguardar a quienes no participan directamente en las hostilidades.

Aunque es relativamente moderna, la noción de que solo participan en las guerras soldados uniformados está cada vez más obsoleta. En realidad, por opción propia o por coerción, hace mucho tiempo que las personas civiles desempeñan diversos papeles decisivos en las guerras. El concepto actual de “defensa total”, que implica movilizar grandes sectores de la sociedad como preparación para soportar y afrontar crisis o conflictos, tiene profundas raíces históricas. En la era napoleónica, mucho antes de las “guerras totales” de dimensión industrial del siglo XX o de los campos digitales de batalla de hoy en día, las personas civiles tuvieron un papel activo en los conflictos bélicos, que las afectaron casi sin excepción de un modo nunca visto hasta entonces.

Las guerras napoleónicas (1803-1815) se cuentan entre los primeros conflictos armados de gran escala en que se modificó apreciablemente la línea que separa al soldado de la persona civil, al campo de batalla de la retaguardia civil. Como dice el historiador David A. Bell, esas guerras son el hito que señala la “primera guerra total” en el sentido moderno, es decir, la existencia de reclutamiento obligatorio, partidas guerrilleras de resistencia y militarización de la infraestructura, la información y la economía civiles. Son un ejemplo precoz e importante de cómo la “guerra total” y la “defensa total” pueden damnificar a la población civil [1].

La noción de “guerra total” expresa un cambio profundo, que transformó la idea de la guerra como contienda entre gobernantes y ejércitos en la idea de la guerra como combate entre pueblos, economías e ideologías. El concepto actual de “defensa total”, cuyo marco es “la sociedad entera”, refleja buena parte de aquel cambio, de modo que un repaso de las guerras napoleónicas nos brinda muchos ejemplos específicos y pertinentes acerca de lo que ocurre cuando se movilizan y militarizan las personas, los bienes y las funciones civiles [2].

Este artículo esboza cinco aspectos clave de las guerras napoleónicas: la movilización de la sociedad; el hecho de que la población civil fuera el pilar de la logística militar; el sufrimiento de esa población durante los bloqueos; la resistencia que ofreció y cómo las versiones narrativas y la propaganda dieron forma a la participación civil. Todos ellos muestran que el borramiento de las divisiones entre el ámbito militar y el civil aumenta la exposición de las personas civiles y dificulta la aplicación del derecho internacional humanitario (DIH), cuestiones que persisten y todavía nos acucian.

La leva en masa (levée en masse) y la movilización de la sociedad

La médula de la transformación producida entonces fue la levée en masse decretada en 1793 por la primera República Francesa, en la cual se decía: “Desde este momento hasta aquel en que los enemigos hayan sido expulsados del territorio de la República, todos los franceses están en estado de requerimiento permanente para el servicio de las armas” [3].

Más tarde, ese decreto pasó a formar parte de la Ley Jourdan de 1798, en la cual se establecía que “todo francés es un soldado y se debe a la defensa de la patria”, declaración que borraba a todos los efectos prácticos la distinción entre persona civil y soldado en el territorio de Francia [4]. La totalidad de la población masculina se convirtió así en un reservorio de mano de obra militar; al resto de la sociedad se le asignaba la tarea de producir suministros, atender a los heridos e impedir que el ánimo decayera [5].

La movilización en masa tuvo un costo altísimo. Hacia el final de las guerras napoleónicas, Francia había convocado al servicio militar 2,5 millones de hombres, de los cuales murieron 900.000 según las estimaciones [6]. Muchas familias perdieron el sostén del hogar, la producción agrícola declinó y las comunidades rurales quedaron despobladas. Especialmente en el sur y el este del país, hubo regiones enteras que se resistieron a la conscripción con violencia, luego sofocada mediante arrestos masivos y ejecuciones [7].

La magnitud de la movilización militar destrozó el tejido social de Francia, a menudo sin intención. Por eso mismo, un plan de “defensa total” que se proponga movilizar a la población civil debe tomar en cuenta los costos potenciales de tal estrategia. Los esfuerzos para proteger al Estado deben concebirse en paralelo a la protección de la población y no a sus expensas.

Militarización de la población civil

Al tiempo que arrollaban Europa, los enormes ejércitos de Napoleón institucionalizaron y practicaron con creces la antigua costumbre de “vivir de lo producido por la tierra”. No se trataba de una novedad, pero Napoleón la aplicó sistemáticamente para facilitar las maniobras rápidas y no depender tanto de las líneas de aprovisionamiento[8]. Ciudades, poblados y granjas de todo el continente se convirtieron de hecho en una extensión del sistema logístico militar. En la práctica, la búsqueda y requisa de provisiones se traducía sobre todo en el saqueo de alimentos, el pillaje de animales y la incautación de provisiones, vestimenta, calzado y viviendas de la población civil, bienes que los soldados conseguían a punta de espada. Se trataba con suma dureza a quienes resistían el saqueo y el pillaje [9].

Durante la campaña de 1805 en Baviera, que culminó en la batalla de Ulm, la población civil austríaca y alemana se vio obligada a brindar caballos, carros y grano al ejército  de Napoleón, despojo que acabó en una situación que ha sido descripta como un “invierno de hambre y penuria” [10]. En el curso de las campañas de 1806-1807 en Polonia y Prusia, las requisas y el trabajo forzoso provocaron grandes desplazamientos de población rural porque miles de campesinos tuvieron que ceder su vivienda a los soldados [11]. En crónicas alemanas de aquella época se cuenta que en algunos lugares la población rural se vio al borde de la inanición porque sus reservas de alimentos fueron incautadas [12].

Esa política militar tuvo tres consecuencias. En primer lugar, despojó a comunidades enteras de artículos esenciales para sobrevivir; en segundo lugar, hizo que las fuerzas enemigas contemplaran los bienes civiles como objetivos militares pasibles de ataque; en tercer lugar, enardeció un resentimiento generalizado que a menudo estalló como resistencia franca. Por obra de la coacción o de las circunstancias, las personas civiles quedaron atrapadas en la maquinaria de la guerra y padecieron con frecuencia desplazamientos, privaciones o violencia.

Se puede ver el equivalente moderno de esa estrategia en la dependencia militar de productos civiles y en el hecho de que las cadenas de suministro incluyan métodos de transporte e infraestructura logística como caminos, puentes, puertos y aeropuertos. Desde los tiempos de Napoleón, la categoría de productos y bienes civiles que emplean las fuerzas armadas se ha ampliado enormemente y ahora incluye también los combustibles, la electricidad y las tecnologías de la información y las comunicaciones. Si se adopta un criterio de “defensa total”, todos estos sistemas se consideran integrados con miras a la resiliencia, pero la historia nos recuerda que, una vez desencadenada la guerra, pueden ser destruidos como objetivos o consumidos por el personal militar: en ambos casos, la población civil se ve privada de ellos.

Desde España hasta Rusia: resistencia civil en toda Europa

A medida que la presencia francesa comenzaba a despertar resistencia en los territorios extranjeros, el borramiento de la línea divisoria entre el ámbito civil y el militar fue tomando otra forma. En España, surgió el término “guerrilla” para referirse a las partidas civiles que se oponían a la ocupación napoleónica empleando tácticas no convencionales, que iban desde emboscadas, sabotajes y espionaje hasta métodos brutales de guerra urbana [13]. A menudo los oficiales franceses comentaban la dificultad que tenían para distinguir a los combatientes de las personas civiles y hacían notar que en la población local podía haber también adversarios armados, y que aldeas enteras –o localidades inofensivas en apariencia– podían servir de emboscada para lanzar diversos ataques [14].

Ese tipo de resistencia era especialmente eficaz porque contaba con el apoyo de Gran Bretaña, que proporcionaba armas, dinero y coordinación. Este ejemplo temprano de una potencia extranjera que respalda movimientos de resistencia civil tiene un carácter notablemente moderno y permite prever cómo pueden desenvolverse las guerras por procuración y las operaciones de resistencia contemporáneas [15].

En Prusia, las guerras de liberación de 1813-1815 implicaron una amplia movilización civil canalizada en la milicia de defensa territorial Landwehr y las fuerzas de voluntarios, Freikorps, que formaban parte de las comunidades locales y complementaban a los ejércitos regulares [16]. La existencia de esos cuerpos refleja que la defensa nacional ya no era responsabilidad exclusiva de los militares profesionales, sino un deber patriótico que toda la sociedad compartía [17].

La misma confluencia de militares profesionales y simples ciudadanos de un Estado se pudo observar en Rusia, que respondió a la invasión napoleónica de 1812 con una de las retiradas más dramáticas de la historia, en la cual se empleó la táctica de tierra arrasada. Fue un acto de resistencia colectiva: los soldados y la población civil rusa en retirada abandonaron y destruyeron sus propias ciudades, cosechas e infraestructura para que los franceses no hallaran ni abrigo ni alimentos [18].

La rebelión del Tirol en 1809 es otro ejemplo notable de este fenómeno. En la región alpina de Austria, el campesinado se sublevó contra las fuerzas bávaras y francesas y aprovechó su conocimiento íntimo del terreno y las redes comunitarias para tender emboscadas y sitiar emplazamientos [19]. Aunque fue finalmente aplastada, demostró que una resistencia civil descentralizada puede poner en peligro una ocupación militar organizada [20].

Todos los ejemplos anteriores nos indican que en sus diversas formas –ya sea una empresa independiente o cuente con el apoyo de un socio militar local o extranjero–, la resistencia tiene un precio. Casi siempre provocó una retaliación brutal, que incluía represalias, ejecuciones sumarias e incendio de poblados. Después del levantamiento de Madrid de 1808, las tropas francesas ejecutaron a miles de personas civiles en un acto de castigo colectivo inmortalizado en el cuadro de Goya El 3 de mayo de 1808 [21]. Solo en Zaragoza durante los dos sitios impuestos a la ciudad en 1808 y 1809 murieron más de 50.000 personas civiles, muchas de ellas por el hambre y las enfermedades resultantes de un asedio prolongado y de la guerra urbana [22]. En el invierno de 1812-1813, después de la evacuación y la destrucción de sus aldeas, decenas de miles de personas civiles murieron en Rusia por congelamiento o por hambre [23]. Asimismo, después del levantamiento de Hofer en el Tirol, las fuerzas francesas y bávaras realizaron ejecuciones en masa y arrasaron comunidades enteras [24].

En la actualidad, ante la posibilidad de invasión o de ocupación, muchos países se preparan para la resistencia civil o la fomentan. Ya sea que se unan a un movimiento de resistencia, que ingresen a una milicia o cuerpo de voluntarios, o que sean reclutadas en una leva masiva, se debe informar a las personas civiles que participan de manera directa en las hostilidades cuáles son los riesgos que asumen y de las responsabilidades que les incumben según el DIH. Los Gobiernos y sus respectivas poblaciones deben comprender que borrar las líneas divisorias entre población civil, combatientes y personas civiles que participan directamente en las hostilidades no solo puede incrementar el riesgo que corren los participantes sino también el más numeroso sector de la población que sigue sin involucrarse en el conflicto.

Guerra contra la economía civil

Otro aspecto de la “guerra total” durante el período napoleónico fue la creciente transformación del comercio y los sistemas económicos en instrumentos de guerra. El “sistema continental” que Napoleón impuso en 1806 consistía en un embargo paneuropeo sobre los productos británicos y procuraba arruinar la economía y socavar el ánimo de Gran Bretaña sin emprender una confrontación militar directa [25]. Gran Bretaña impuso a su vez un bloqueo naval que abarcaba toda Europa continental. Sin embargo, esas medidas no eran radicales y su objetivo consistía en debilitar la economía civil del enemigo restringiendo sus importaciones y exportaciones, arruinando su comercio y abatiendo su espíritu [26].

Para millones de personas civiles de los dos bandos, los bloqueos significaron escasez de alimentos, de materias primas y de productos manufacturados. Se destruyeron medios de subsistencia, aumentaron los precios, se acrecentó el sufrimiento y, en algunos casos, la población civil estuvo al borde de la inanición [27]. En muchos sentidos, fueron los primeros ejemplos a gran escala de que en las guerras económicas las personas civiles pueden participar en la estrategia estatal y ser, a la vez, sus principales víctimas.

Esas disposiciones también fueron un anticipo de los debates modernos acerca de la proporcionalidad de las estrategias que se proponen debilitar la voluntad del enemigo degradando el bienestar de su población civil. En la actualidad, además del comercio y la economía, las medidas equivalentes abarcarían otras actividades transnacionales del ámbito cibernético y de la información. Quienes emprendan tales actividades tienen que prever los efectos de tales estrategias y sopesar si las acciones que implican son morales y legales.

Información perjudicial

En el período napoleónico también se produjo otra novedad: la movilización de personas civiles mediante la información y la ideología. A lo largo y a lo ancho de toda Europa, los diversos Gobiernos y movimientos de resistencia recurrieron al uso de panfletos, sermones, canciones y periódicos para conseguir apoyo e influir sobre qué se consideraba legítimo. El nacionalismo se convirtió en una herramienta para conseguir que las personas civiles participaran en el esfuerzo bélico por proselitismo ideológico y no solo por su condición de trabajadores o soldados [28].

La guerra de información tuvo efectos tangibles. En Prusia, las campañas propangandísticas consiguieron que muchos se alistaran en las milicias Landwehr y los Freikorps [29]. En Francia, la censura, el teatro patriótico y la educación estatal apuntalaron la identidad de ciudadanos y soldados [30]. Pero el costo de esas innovaciones recayó una vez más sobre la población civil: el vilipendio o el castigo fustigaba a quien se negaba a participar en la guerra o apoyarla, la libertad de prensa fue cercenada y la población quedó dividida por las sospechas que acicateaba la propaganda [31]. La población civil ya no fue solamente el público de la guerra y se transformó en uno de sus principales campos de batalla.

Las estrategias modernas de “defensa total” abarcan con frecuencia las comunicaciones y operaciones de información estratégicas, pero deberían implementarse con cautela [32]. Si las narrativas nacionales se militarizan en exceso, se corre el riesgo de marginalizar las opiniones críticas, ahondar las divisiones internas y hostigar a los ciudadanos “poco patrióticos”.

Conclusión

La estrategia de “defensa total”, más conocida por su utilización durante la Guerra Fría, tuvo su origen en los campos de batalla, las ciudades y las aldeas de la Europa napoleónica. En las guerras de aquel entonces se aplicó la lógica de la “guerra total”, que borraba las distinciones entre el frente y la retaguardia, los soldados y la población civil, cuyos integrantes dejaron de ser mero respaldo del esfuerzo bélico para participar en él, propiciarlo y convertirse en objetivos y víctimas. Las personas civiles fueron reclutadas, obligadas a participar en la logística y a aportar datos de inteligencia. Se las utilizó en las campañas de propaganda y se las arrastró, a menudo sin opción, a la violencia de la ocupación y la resistencia.

Esa experiencia histórica constituye el fundamento intelectual y práctico de los modelos actuales de “defensa total” que integran la resiliencia, la preparación y la resistencia de la sociedad toda[33]. Las guerras napoleónicas demuestran que, cuanto más involucradas están las personas civiles en un conflicto, mayor es su vulnerabilidad y sufrimiento. Por consiguiente, las consecuencias y los problemas con que tienen que lidiar los Estados y los militares tienen también mayor magnitud y profundidad. Incluir personas y objetivos civiles en la estrategia puede mejorar la defensa, pero esa inclusión desdibuja su condición civil y aumenta su exposición a diversos daños.

En tales circunstancias, la aplicación del DIH se torna más crítica. Cuando se incorpora a personas civiles en los esfuerzos de defensa, es crucial ratificar los principios medulares del DIH de distinción y proporcionalidad. Ante la expansión de las estrategias de “defensa total”, los Estados deben comprender los riesgos que asumen al adoptarlas y deben garantizar que las personas civiles no solo se limiten a comprender sus responsabilidades, sino que entiendan cabalmente los riesgos que tales estrategias implican y la protección a la que tienen derecho. Para proteger las vidas civiles en los conflictos del futuro es vital apreciar con lucidez el potencial y el peligro que entraña involucrar a la población civil.

[1] Philip Dwyer, Citizen Emperor: Napoleon in Power, vol. 2 (New Haven: Yale University Press, 2013), 20–21 and David A. Bell, The First Total War: Napoleon’s Europe and the Birth of Warfare as We Know It (Boston: Houghton Mifflin, 2007).

[2] Andrew Roberts, Napoleon: A Life (New York: Penguin, 2014), 399.

[3] David A. Bell, The First Total War, 18.

[4] Alan Forrest, Conscripts and Deserters: The Army and French Society During the Revolution and Empire (Oxford University Press 1989), 35.

[5] Georges Lefebvre, Napoleon (New York: Routledge, 2011), 32, Frank McLynn, Napoleon: A Biography (New York: Arcade Publishing, 2003), 407–408, Andrew Roberts, Napoleon: A Life, 236.

[6] Georges Lefebvre, Napoleon, 185.

[7] Philip Dwyer, Citizen Emperor, 223, Andrew Roberts, Napoleon: A Life, 681, and Alan Forrest, Conscripts and Deserters: The Army and French Society During the Revolution and Empire, 74 & 127.

[8] Andrew Roberts, Napoleon: A Life, 84-85, and Georges Lefebvre, Napoleon, 192.

[9] Andrew Roberts, Napoleon: A Life, 460–462.

[10] Frank McLynn, Napoleon: A Biography, 520, and Georges Lefebvre, Napoleon, 203.

[11] Philip Dwyer, Citizen Emperor, 425, and Georges Lefebvre, Napoleon, 226.

[12] Andrew Roberts, Napoleon: A Life, 482–485, 585, , and Georges Lefebvre, Napoleon, 192 & 226.

[13] Philip Dwyer, Citizen Emperor, 272-274.

[14] David A. Bell, The First Total War, 433.

[15] Frank McLynn, Napoleon: A Biography, 453-454.

[16] Georges Lefebvre, Napoleon, 506-507.

[17] Frank McLynn, Napoleon: A Biography, 560–561.

[18] Andrew Roberts, Napoleon: A Life, 526.

[19] David A. Bell, The First Total War, 369.

[20] Philip Dwyer, Citizen Emperor, 288–289, Andrew Roberts, Napoleon: A Life, 537.

[21] Andrew Roberts, Napoleon: A Life, 489-490, and Philip Dwyer, Citizen Emperor, 272-273.

[22] Philip Dwyer, Citizen Emperor, 437, David A. Bell, The First Total War, 281-282, and Frank McLynn, Napoleon: A Biography, 608.

[23] Philip Dwyer, Citizen Emperor, 426.

[24] Andrew Roberts, Napoleon: A Life, 492, and David A. Bell, The First Total War, 369.

[25] Andrew Roberts, Napoleon: A Life, 428-431.

[26] Frank McLynn, Napoleon: A Biography, 590, and Andrew Roberts, Napoleon: A Life, 429.

[27] Andrew Roberts, Napoleon: A Life, 428-431.

[28] Philip Dwyer, Citizen Emperor, 306, and Andrew Roberts, Napoleon: A Life, 295.

[29] Philip Dwyer, Citizen Emperor, 483, and Georges Lefebvre, Napoleon, 507

[30] Georges Lefebvre, Napoleon, 380-381.

[31] Philip Dwyer, Citizen Emperor, 16-17 & 438, Andrew Roberts, Napoleon: A Life, 243, and David A. Bell, The First Total War, 364-369.

[32] NATO, Total Defence: Countering Hybrid Threats (2016), 4-6.

[33] Angstrom, J., & Ljungkvist, K. (2023). Unpacking the varying strategic logics of total defence. Journal of Strategic Studies, 47(4), 498–522.

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